3 de marzo de 2009

El Estanque

Cierto día se me ocurrió volver al estanque. Y la verdad que uno quisiera ver las cosas que vi cada vez que visita esos parajes tan propios, como en este caso, mi espejo de agua. 

Estaba cambiado, pero de una forma particular. Pequeños retoños crecían y un verde muy claro y renovado inundaba el paisaje. Los árboles se veían esbeltos y muy fuertes, hasta arrogantes. Sus vecinos más pequeños tampoco lo hacían mal, de hecho cojines y gramineas disputaban su valía en la parte baja del terreno, contorcionándose y ordenándose para atraer cada vez más la mirada. 



Visitantes no se avistaban, ni siquiera rastros de estos, pero pronto estarían por llegar, puesto que el magnetismo que irradiaba esta vez aquella lejana locación era fascinante y hasta cautivador. Creo que ninguna criatura viva que pase cerca podría dejar de sentirse por lo menos extraño, y con la seguridad de encontrarse cerca de algo que impone su respeto por el sólo hecho de existir de la forma que lo hace.

En el centro se hallaba aquella frágil existencia. Un pequeño cuerpo de agua que es el que le da ese misticismo a todo el lugar, de un agua tan pura y cristalina que resulta etérea; de una naturaleza indescifrable, cuyo propio carácter deja ver por momentos a esos térreos guijarros que adornan el piso gredoso de la laguna, y que en otros instantes nos muestra la magnifisencia de un cielo sin el menor rastro de un nube. 

Realmente me gusto verlo así, de esta manera. Con la escolta de aquellas montañas, coronadas de nieve y piso de laja desgajada, que nunca abandonarán la existencia milagrosa de este lugar. Lugar que parece esperarme con ansias cada vez que lo encuentro en una nueva primavera, y que me despide melancólicamente en cada otoño cuando se retira a dormir bajo esa protectora manta de nieves límpidas y fractales. 

Este es mi lugar y hoy me invita a seguir. Tiene unos impulsos renovados y aunque sus componentes son los mismos, piensa seguir reinventándose hasta que no pueda hacerlo más. 

Y con esas fuerzas me encuentro yo hoy por hoy. Con la sensación de que las cosas están en su sitio y que de ahora en más, todo tiene que andar como corresponde, puesto que ya no hay más engranajes sueltos ni tornillos flojos, sólo una maquina aceitada capaz de trabajar en todo su esplendor, y con ansias de acoplarse a algo aún más grande que se construirá con el tiempo y que nunca parará de crecer.

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